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Episodio 070 - Atilio Régulo y Lutacio Cátulo

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Episodio 70 – Atilio Régulo y Lutacio Cátulo

— Júpiter le dió inmortalidad a Juturna, como recompensa por haberle arrebatado la virginidad — calculo yo, una hora antes de eso.


Los primeros encuentros navales entre las dos potencias del Mediterráneo Occidental: Cartago y Roma.

Transcripción Parcial del Episodio

Hola, les habla Abel, desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.

El Cuento de Roma, Episodio 70 – Atilio Régulo y Lutacio Cátulo.

260 AC — año de los Cónsules Cneo Cornelio Escipión Asina, y Cayo Duilio.

Ciudad de Siracusa, sureste de Sicilia.

El crujido de la puerta indicaba dos cosas.

Que la puerta misma era pesadísima, y que, lo que sea que estaba del otro lado de esa puerta, no era una sala amplia.

Mas bien un pasillo — largo, húmedo, y oscuro.

— “Por aquí,” exclamó el guardia. Su rostro — de rasgos claramente numidios, lucía en la luz de la antorcha.

El muchacho miró a su tío, y después de dudar un segundo, ambos comenzaron a seguir al hombre, a través de un laberinto de pasillos. La antorcha del guardia, empapada en azufre y cal, era la única luz, hasta que llegaron a otra puerta.

De ahí, salieron a una callejuela que daba al muelle de granos, de la ciudad. Por un momento — luz inundó a los tres.

Frente a los ojos del muchacho, y a menos de diez pasos, el vientre de un barco estaba pegado al muelle, hamacándose con las olas.

— “Suban,” les dijo el guardia. “El barco zarpa apenas el viento de vuelta.”

Ambos subieron, y un hombre les indicó donde sentarse, y permanecer quietos, hasta que el barco salga del puerto fortificado.

Y así — por primera vez, desde que se escaparon del barco de Manio Máximo Valerio Corvino, el muchacho se sintió relajado. Su tío lo abrazó.

— “Dos días más, Himilcar! Dos días mas,” le dijo, calmándolo.

Sus vidas en Tusculum, la huida de Italia, y el abordaje a las naves de invasion romana — todo estaba en el pasado ahora.

Volverían a Cartago, donde gente no se distinguía en clases sociales, como en Roma, y la vida tendría sentido otra vez. Ya nadie se les reiría en la cara por ser mitad romanos, mitad púnicos, y nadie les negaría empleo por el hecho de que no adoraban a los dioses de Roma.

Sus antepasados, hijos y nietos de Himilco y Marcia — aquellos que se habían quedado en Africa, los recibirían con brazos abiertos, y pronto — muy pronto, se olvidarían de las miserias en Tusculum.

En cuanto al barco donde se escondieron, ese barco — llamado “El Ganso de Mercurio” — aunque se veía como una nave de carga de trigo, era un barco que — secretamente, se dedicaba a trasladar gente de Italia hacia Cartago.

Así es — “El Ganso de Mercurio” era una nave espía. Zarparía al anochecer, aparentando seguir las rutas tradicionales hacia la peninsula italiana.

Luego, en el medio de la noche, la nave daría una vuelta en alta mar.

Rumbo a Cartago.

[…]

Y para que esa tabla no se moviera por todos lados, y para que mantuviera al barco enemigo atrapado bajo su propio peso, esa tabla tenía bajo suyo, un enorme — y digo enorme, clavo, o garfio.

Una vez que los marineros romanos apuntaban la tabla hacia el barco enemigo, y una vez que la soltaban, esa tabla iba a caer pesadamente sobre la cubierta de la otra nave, clavándose en la misma.

Por ende — la nave cartaginense no se podía mover, y ahora, los romanos, podrían usar esa tabla, para cruzarse al otro barco, y bueno — luchar como si estuviesen en tierra firme.

[…]

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— Júpiter le dió inmortalidad a Juturna, como recompensa por haberle arrebatado la virginidad — calculo yo, una hora antes de eso.


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Hola, les habla Abel, desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.

El Cuento de Roma, Episodio 70 – Atilio Régulo y Lutacio Cátulo.

260 AC — año de los Cónsules Cneo Cornelio Escipión Asina, y Cayo Duilio.

Ciudad de Siracusa, sureste de Sicilia.

El crujido de la puerta indicaba dos cosas.

Que la puerta misma era pesadísima, y que, lo que sea que estaba del otro lado de esa puerta, no era una sala amplia.

Mas bien un pasillo — largo, húmedo, y oscuro.

— “Por aquí,” exclamó el guardia. Su rostro — de rasgos claramente numidios, lucía en la luz de la antorcha.

El muchacho miró a su tío, y después de dudar un segundo, ambos comenzaron a seguir al hombre, a través de un laberinto de pasillos. La antorcha del guardia, empapada en azufre y cal, era la única luz, hasta que llegaron a otra puerta.

De ahí, salieron a una callejuela que daba al muelle de granos, de la ciudad. Por un momento — luz inundó a los tres.

Frente a los ojos del muchacho, y a menos de diez pasos, el vientre de un barco estaba pegado al muelle, hamacándose con las olas.

— “Suban,” les dijo el guardia. “El barco zarpa apenas el viento de vuelta.”

Ambos subieron, y un hombre les indicó donde sentarse, y permanecer quietos, hasta que el barco salga del puerto fortificado.

Y así — por primera vez, desde que se escaparon del barco de Manio Máximo Valerio Corvino, el muchacho se sintió relajado. Su tío lo abrazó.

— “Dos días más, Himilcar! Dos días mas,” le dijo, calmándolo.

Sus vidas en Tusculum, la huida de Italia, y el abordaje a las naves de invasion romana — todo estaba en el pasado ahora.

Volverían a Cartago, donde gente no se distinguía en clases sociales, como en Roma, y la vida tendría sentido otra vez. Ya nadie se les reiría en la cara por ser mitad romanos, mitad púnicos, y nadie les negaría empleo por el hecho de que no adoraban a los dioses de Roma.

Sus antepasados, hijos y nietos de Himilco y Marcia — aquellos que se habían quedado en Africa, los recibirían con brazos abiertos, y pronto — muy pronto, se olvidarían de las miserias en Tusculum.

En cuanto al barco donde se escondieron, ese barco — llamado “El Ganso de Mercurio” — aunque se veía como una nave de carga de trigo, era un barco que — secretamente, se dedicaba a trasladar gente de Italia hacia Cartago.

Así es — “El Ganso de Mercurio” era una nave espía. Zarparía al anochecer, aparentando seguir las rutas tradicionales hacia la peninsula italiana.

Luego, en el medio de la noche, la nave daría una vuelta en alta mar.

Rumbo a Cartago.

[…]

Y para que esa tabla no se moviera por todos lados, y para que mantuviera al barco enemigo atrapado bajo su propio peso, esa tabla tenía bajo suyo, un enorme — y digo enorme, clavo, o garfio.

Una vez que los marineros romanos apuntaban la tabla hacia el barco enemigo, y una vez que la soltaban, esa tabla iba a caer pesadamente sobre la cubierta de la otra nave, clavándose en la misma.

Por ende — la nave cartaginense no se podía mover, y ahora, los romanos, podrían usar esa tabla, para cruzarse al otro barco, y bueno — luchar como si estuviesen en tierra firme.

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