Invierno demográfico: Japón como laboratorio
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Resulta sencillo achacar las culpas a las condiciones económicas. La profesora de economía en la Universidad de Harvard, Claudia Goldin, ganó el Premio Nobel de Economía por estudiar «las brechas de género» pero a contramano de la narrativa falaz acerca de que las mujeres perciben menos dinero que los hombres por el mismo trabajo, fue hacia una explicación que es la base de una corriente mucho más corrosiva que un barato sofisma feminista. Sostuvo que hombres y mujeres tienen ahora niveles iguales de educación y que por lo tanto, el asunto de la desigualdad salarial quedaría zanjado. En cambio, la decisión de las mujeres de ser madres implica que no puedan aceptar trabajos que les impliquen una dedicación completa y exhaustiva y que renuncien, en consecuencia, a aspirar al tope de sus opción laborales por «culpa» de la crianza de los niños. Sin embargo, en sus estudios Goldin describe momentos históricos de alta tasa de natalidad en los cuales las mujeres estaban muy integradas al ámbito laboral. Si bien el trabajo de Goldin desmonta el mito feminista de la opresión salarial, sostiene a su vez que la formación de una estructura social institucionalizada para una procreación responsable, esto es «casarse y tener hijitos» es una forma de sometimiento femenino, a los ojos de la laureada economista. No llama la atención, es más, es en los círculos más educados y pudientes es donde abunda cierta perspectiva «ecológica» y «anticonsumista» que sostiene que tener hijos es una irresponsabilidad social. En consecuencia, la perspectiva económica, como se ve en el caso japonés que posee programas gubernamentales destinados a paliar económicamente el problema, es al menos parcial o está tergiversada. Existe una cuestión cultural que atraviesa la «mente común» de las sociedades que están decreciendo. Pero se trate de tradición, miedo, desconfianza, ideología, economía, hedonismo, aislamiento o cualquier otro diagnóstico o culpa que se quiera enarbolar, la cosa es que es una tendencia en progreso. Un mundo sin niños alrededor de los cuales se organice un sistema de vínculos protectores, eso que habitualmente llamamos «familia», se muere. Esto no es una defensa ética o política de «la familia» o de la «procreación» por cuestiones ideológicas. Es sólo una demostración de lo que ocurre culturalmente por negativizar dichos conceptos y por alejarlos del aspiracional. Es matemática, es biología. Es analizar el virus en el laboratorio, con Japón como el paciente cero. por Karina Mariani
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