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'Es tiempo de cerrar el duelo', dice José Mujica a RFI a 50 años del golpe en Uruguay

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Este martes 27 de junio se cumplen los 50 años del golpe de Estado en Uruguay. Ese mismo día, en 1973, el entonces presidente Juan María Bordaberry decretaba la disolución de la Asamblea General, mientras el Ejército se desplegaba en Montevideo. Fue el punto de partida de una dictadura cívico-militar que duró 12 años, hasta marzo de 1985. Con motivo de este aniversario, RFI entrevistó al expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica.

RFI: Buenas tardes expresidente uruguayo José Mujica, muchas gracias por estar con nosotros en Radio Francia Internacional. Primero, me gustaría que usted nos hablara de los años previos a la dictadura, marcados por una fuerte crisis económica y social. ¿De qué manera esta situación llevó al golpe de Estado?

José Mujica: Mi pequeño país, como el Río de la Plata, vivió una "siesta" interesante. Éramos el país más igualitario de América Latina. Nos llamaban la Suiza de América en la década del 40. En realidad, estábamos relativamente bien en el contexto de la época, pero pasada la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa se entra a recomponer y se cierra, hubo un cambio abrupto de los términos de intercambio y empezamos cada vez a vender más barato y a comprar más caro. Inevitablemente, esto golpeó de tal forma al Uruguay y a la Argentina, que produjo un cataclismo que se llevó el peronismo desde la Argentina, y en mi país se impuso un cambio político fenomenal. Había una fuerza política, el Partido Colorado, que había gobernado 90 años consecutivos y perdió todo, el gobierno y las intendencias locales. Ese cataclismo político está fogoneado por lo que estaba pasando en la economía. Cada vez los gobiernos fueron más autocráticos y más cerrados, y fue quedando por el camino nuestra experiencia un tanto socialdemócrata que nos había permitido la bonanza de la economía. Empezaron a menudear medidas de seguridad, y cambios abruptos, en un proceso donde tuvimos que aprender esto: una sociedad que está relativamente bien y baja abruptamente, sufre mucho más que las sociedades que están acostumbradas a estar sumergidas.

Eso produjo una serie de cambios en la conducta de los gobiernos y en las respuestas sociales. Hasta ahí teníamos tres o cuatro centrales de trabajadores que se fueron concentrando en una única central. Y en aquella época en América Latina, porque era el tiempo de la Guerra Fría, menudeaban los golpes de Estado por todas partes. Nuestra juventud estaba empapada y estaba convencida que con esa involución íbamos a un golpe de Estado. No sabíamos cuándo. A tal punto que, fundada la central de trabajadores, la CNT, se educaba a los trabajadores que al golpe de Estado se le contestaba con una huelga general. Y ahí va a surgir una gran discrepancia entre nosotros. Sabíamos que la huelga general podía ser un arma formidable, pero que para parar un golpe de Estado había que hacerla desembocar en una insurrección. Esto dividió las aguas y algunos fuimos a una preparación militar, pero es imposible sostener una preparación militar de volumen clandestinamente, por lo que entramos en un proceso difícil y duro, que entró a cuestionar a su vez la metodología y la forma de nuestra democracia, que cada vez se hacía crecientemente autoritaria.

RFI: Justamente, en los años 60 surge el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una guerrilla urbana que busca responder a esa crisis y derrotar el imperialismo. Usted fue tupamaro. ¿Qué tipo de acciones llevó a cabo? Y retrospectivamente, ¿era justificada la violencia?

José Mujica: En realidad, los tupamaros no fueron una guerrilla, aunque usaron prácticas de la guerrilla. Esto sería muy largo de explicar. Hay un autor, Real de Azúa, de la época, que lo define claramente. La acción más espectacular nuestra fue una denuncia financiera de lo que estaba haciendo el sistema financiero, que no costó ningún tiro ni nada por el estilo, sino que un asalto a una financiera clandestina de un banco, por ejemplo. Tuvimos una larga etapa de propaganda armada, pero después se fue complicando porque teníamos demasiada gente. No se puede tener una organización clandestina de demasiado volumen. Cometimos el error de la saturación. Debimos de haber cambiado de estrategia y no lo hicimos. Tal vez quedamos prisioneros de un "accionismo" militar y perdimos nuestra perspectiva política. Pero bueno, con tupamaros o sin tupamaros, habría habido golpe de Estado, porque el motor que creó a los tupamaros fue el mismo que creó la central de trabajadores como respuesta, y que va a desembocar en la fundación del Frente Amplio. Es decir, nuestra sociedad dejó de ser socialdemócrata y se fue polarizando entre una corriente popular y una derecha, con ciertas intervenciones de afuera de la región. No nos olvidemos que en un país tan importante como Brasil para nosotros, hacía rato que cundía un régimen militar en el gobierno y que pasaban cosas parecidas en el resto de América Latina.

RFI: Tras el golpe de Estado del 27 de junio de 1973, el régimen se pone más duro, los opositores son detenidos, torturados, los sindicatos y los partidos son silenciados. Pero a diferencia de las otras dictaduras de la región, la uruguaya quiere convencer de su legalidad. El Ejército designa a presidentes civiles y tiene un discurso de falso apego a la democracia. ¿A qué se debe esta particularidad de Uruguay?

José Mujica: Justamente acá influye la historia. Si se compara la violencia del Uruguay con el resto de lo que pasó en otras partes, diríamos: es poco significativa, porque en el Uruguay la vida humana costaba mucho del punto de vista político. Había mucha sensibilidad por nuestra historia, por nuestro modo de ser, por la cultura. No hay que olvidarse que nosotros en la década del 20, del 30, teníamos un PBI similar a lo que puede ser Bélgica, que los consejos de salarios para nosotros son de la década del 40, que tuvimos gobernantes que decían en 1910 que “el sindicato es el abogado de los pobres”, que tuvimos un país que le dio el voto a la mujer muy temprano, que estableció el divorcio por la voluntad de la mujer en 1912, que separó la Iglesia del Estado, que tenía la enseñanza gratuita desde 100 y pico de años, que se dio cuenta que el Estado tenía que cumplir un papel fundacional en un montón de aspectos... Eso no lo hicimos, lo heredamos de nuestros abuelos. Hay cosas que hasta hoy se mantienen, como ésta: la energía pública está en manos de una empresa pública, el combustible de la energía eléctrica está en manos de una empresa pública que se fundó en esa época, etcétera, etcétera. Bueno, es un país raro. Los principales bancos son del Estado. Ese país amortiguador se encontró con otra realidad abruptamente y sufrió enormemente.

RFI: Señor Mujica, durante todos estos años de la dictadura usted estaba preso y formó parte de los llamados “rehenes de la dictadura”, retenidos bajo amenaza de ser ejecutados si los Tupamaros cometían alguna acción. ¿En qué condiciones los tenían presos?

José Mujica: Nos cambiaban de cuartel cada seis, siete meses. Yo estuve siete años sin libros, sin poder leer. Los primeros meses de esa prisión los pasé atado con alambre. La noche que me ponían un colchón para dormir, me sentía contento. A veces pasé dos meses sin bañarme. Me bañaba con un vaso de agua y un trapito como la gente del desierto. Y en absoluta soledad, con alguna visita de mis familiares una vez por mes, de mi madre particularmente. Y a veces 10, 15 días sin una hora de patio, ni sol, ni nada por el estilo. Fue duro, pero a su vez, para mantenerme vivo tuve que entrar a rumiar lo mucho que había leído de joven y creo que no sería quien soy si no hubiera buceado tan adentro, en esas fuerzas ocultas que llevamos adentro y que no utilizamos. Curiosamente, visto en perspectiva, fueron los años donde aprendí más, en la soledad, porque entré a repensar lo mucho que había leído en mi temprana juventud y que seguramente no había asimilado. Y aprendí esto: no dejarse dominar por el odio y el fanatismo, y entender que hay cuentas que no se cobran y que hay que vivir para adelante.

RFI: Con otras dictaduras de la región. Uruguay formó parte del Plan Cóndor, un programa común de exterminio de opositores. ¿Diría usted que Uruguay fue una pieza clave de esta operación?

José Mujica: Fue una pieza que participó. En realidad, el nudo ideológico del Cóndor venía con los cursos que daban, en Panamá, a los militares y a la policía. Acá se menudeó en la tortura, se enseñó a dar respuesta, se estaba sembrando la simiente del Estado terrorista. Eso fue una disciplina en el marco de la Guerra Fría, que se difundió hacia las policías latinoamericanas y a la oficialidad de los ejércitos. El Cóndor es un producto intelectual de creación de afuera que fue implantado, asumido, de lucha clandestina del Estado, de cosas que legalmente no se podían hacer y que se hicieron en la Argentina, en el Uruguay, en Brasil, en Paraguay, en Chile, con una comunicación particular y con una colaboración clandestina entre esos resortes, para perseguir gente, para hacer trabajo de infiltración, para torturar, para asesinar, que costó la vida a insignes compatriotas, legisladores del Partido Nacional y del Partido Colorado [Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini, nota del editor] y la persecución a muchos otros.

RFI: Tras la vuelta de la democracia en 1985, en 1986 el Parlamento vota la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, con la que se sella la impunidad de la dictadura. En 2009, el mismo día en que usted sale victorioso de la primera vuelta de las elecciones, el pueblo rechaza por referendo dejar sin efecto esta ley. ¿Cómo vivió usted este momento, una paradoja?

José Mujica:Había miedo en la sociedad por lo que vivió en la dictadura. No es que la sociedad olvidara, es que la sociedad no quería repetir. Había muchísima gente que tenía miedo, y es lógico, humanamente, hay que entenderlo. La gente mira para adelante, y el pasado, el pasado amargo, trata de sepultarlo. Desde luego, sabemos que jurídicamente, internacionalmente, hay delitos que no desaparecen nunca. Pero esa es una explicación jurídica, con mucho fundamento moral. No es el sentir de las sociedades. Las sociedades a veces no quieren ni recordar las amarguras que pasaron. Tienen miedo.

RFI: Justamente, tras años de inmovilismo en materia de derechos humanos y de justicia, en 2005, con Tabaré Vázquez, se empieza a buscar a los desaparecidos. En 2010, Bordaberry es sentenciado a 30 años de prisión. En 2012, usted reconoce la responsabilidad del Estado por crímenes de la dictadura. ¿Han sido suficientes los avances en materia de justicia?

José Mujica: No, es una mancha en nuestra democracia. Digo más: cuando pasan los años, cuando van desapareciendo los actores, la justicia es casi una reminiscencia histórica. Pero es incalificable que no hayamos podido encontrar los huesos de la gente desaparecida. Y no tuvimos la colaboración, por lo menos en eso, no para que asumieran la responsabilidad, sino para saber dónde estaban sepultados. Y tuvimos que andar haciendo acertijos porque la oficialidad superior de esa época no colaboró en lo más mínimo. Ni siquiera tuvo la delicadeza de utilizar mecanismos que podría haber utilizado, de comunicar dónde estaban sin asumir la responsabilidad. Ni eso. Por eso he dicho que me sentí frente a los desaparecidos como un palo vestido. Porque fue poco lo que pudimos hacer. La única colaboración vino por algún decir de algunos soldados rasos o algunos familiares. Pero jamás hubo una actitud de los oficiales superiores que naturalmente tenían que tener información que no volcaron.

RFI: Usted ha dicho varias veces que prefiere la verdad sobre la justicia.

José Mujica: Porque la verdad es la justicia. Porque cuando la gente se muere y se va, ¿para qué me sirve tener a ancianos presos, si es que algunos quedan? Tiene poco sentido. Pero es tiempo de cerrar el duelo. Es tiempo para los familiares que se están yendo y que quedan, que se puedan juntar con las reliquias de sus antepasados. Porque esto es una cuestión de sentimiento. Y hoy tenemos una marcha y un recuerdo, que es la manifestación más grande que hay anualmente en el Uruguay [la Marcha del Silencio, cada 20 de mayo, nota del editor], pero ya está compuesta por gente joven y es fundamentalmente una reeducación hacia las nuevas generaciones. Para dejar claro que nunca más, que hay cosas que no deben suceder. Pero como el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra es el humano, hay que insistir con esto, para que las nuevas generaciones que no lo vivieron tengan con claridad las consecuencias. Es lo mismo que hace el pueblo judío recordando sus cosas, lo mismo que hacen los armenios, recordando sus angustias. Los pueblos necesitan mantener ciertas cosas para tener despiertos sus deberes.

RFI: Hablando de las nuevas generaciones, en Chile, la movilización de la juventud logró dar un impulso democrático al país, aunque fue de corta duración y acabó hace poco con una nueva victoria de la extrema derecha. ¿Qué piensa usted de la juventud uruguaya? ¿Qué esperanzas tiene para el futuro de Uruguay?

José Mujica: Estoy metido en una lucha porque soy consciente que estamos en una época fenomenal de cambio, una época de un tiempo que se muere y otro que nace, pero ni está muerto el tiempo antiguo, ni terminó de nacer el tiempo nuevo. Y por eso [la juventud] es tan crítica, tan llena de promesas y tan flanqueada por problemas de dimensiones colosales, como el cambio climático, como las tendencias migratorias sin respuesta. Cosas que no reconocen fronteras, porque ya no somos un conjunto de tribus peleando por su territorio, sino que somos una humanidad de 8 mil millones que se ha transformado en un fenómeno geológico. Pero el éxito y el crecimiento de la economía no tiene piedad, y va más allá de lo posible, y despilfarra. Y tenemos contradicciones que son colosales. Habrá cambios hacia el futuro, pero van a doler mucho. Y quiero que la juventud se haga cargo de su tiempo.

Acá en nuestra América, tenemos que darnos cuenta de que pertenecemos a una comunidad y de que tenemos que unirnos cada vez más para defendernos en un mundo incierto. No pesamos en el mundo. Somos el 6%, 7% de la población mundial y pusimos el 30% de los muertos del COVID. Y aunque tenemos cinco países que estaban en condiciones de fabricar vacunas, no pudimos arrancar a las compañías sus patentes, sus secretos, porque no nos manifestamos como continente y fue más fuerte la economía que la vida. Y eso no puede ser. Tenemos que darnos cuenta que tenemos que pesar en este mundo, y tenemos que juntarnos mucho más como comunidad, desde el Río Bravo a al Estrecho de Magallanes. Y sin embargo andamos cada cual por su lado y no pesamos en el mundo. Y ahora vienen por el litio y van a quedar otra vez los agujeros…

Tenemos que juntarnos más, y quiero transmitirle eso a los jóvenes antes de morirme. Estoy luchando por eso. El 26 tengo una conferencia que se va a retransmitir a 40 y pico de universidades de América Latina, pidiéndole a los jóvenes que por favor hagan políticas de integración. Que tenemos que tener fuerza para defender la Amazonía, de la cual dependemos, pero atomizados no incidimos. Que tenemos muchísimos recursos: somos el 28% de las tierras arables del mundo, el 30% del agua dulce del mundo. Tenemos muchísimos recursos. Tenemos comida y esperanza. Y bueno, que las nuevas generaciones no tienen que cometer los errores de las viejas. Tienen que tener el coraje de cometer sus propios errores. Confío en los jóvenes. Si no confiara en los jóvenes, no tendría esperanza.

RFI: Una última pregunta, señor presidente. Este aniversario clave llega con una coalición de derechas en el poder y con un presidente que preferiría dar vuelta la página. ¿Cómo se van a conmemorar los 50 años en Uruguay?

José Mujica: Bueno, el presidente me invitó. Va a haber muchas cosas, pero va a haber una pequeña intervención entre los viejos presidentes que quedamos vivos y el actual, para demostrarle al país que seguimos teniendo nuestra forma de pensar y nuestras diferencias. Algunas de las diferencias podemos discutirlas una semana y no nos vamos a entender, pero a pesar de todo, tenemos que respetarnos y simbolizar ese respeto para aprender a convivir en una sociedad democrática. La democracia tiene muchísimos defectos. El mayor defecto, las enormes desigualdades que se cobijan. Pero hasta ahora no hemos encontrado un sistema mejor, y entonces lo tenemos que defender y pelear para mejorarlo.

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Este martes 27 de junio se cumplen los 50 años del golpe de Estado en Uruguay. Ese mismo día, en 1973, el entonces presidente Juan María Bordaberry decretaba la disolución de la Asamblea General, mientras el Ejército se desplegaba en Montevideo. Fue el punto de partida de una dictadura cívico-militar que duró 12 años, hasta marzo de 1985. Con motivo de este aniversario, RFI entrevistó al expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica.

RFI: Buenas tardes expresidente uruguayo José Mujica, muchas gracias por estar con nosotros en Radio Francia Internacional. Primero, me gustaría que usted nos hablara de los años previos a la dictadura, marcados por una fuerte crisis económica y social. ¿De qué manera esta situación llevó al golpe de Estado?

José Mujica: Mi pequeño país, como el Río de la Plata, vivió una "siesta" interesante. Éramos el país más igualitario de América Latina. Nos llamaban la Suiza de América en la década del 40. En realidad, estábamos relativamente bien en el contexto de la época, pero pasada la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa se entra a recomponer y se cierra, hubo un cambio abrupto de los términos de intercambio y empezamos cada vez a vender más barato y a comprar más caro. Inevitablemente, esto golpeó de tal forma al Uruguay y a la Argentina, que produjo un cataclismo que se llevó el peronismo desde la Argentina, y en mi país se impuso un cambio político fenomenal. Había una fuerza política, el Partido Colorado, que había gobernado 90 años consecutivos y perdió todo, el gobierno y las intendencias locales. Ese cataclismo político está fogoneado por lo que estaba pasando en la economía. Cada vez los gobiernos fueron más autocráticos y más cerrados, y fue quedando por el camino nuestra experiencia un tanto socialdemócrata que nos había permitido la bonanza de la economía. Empezaron a menudear medidas de seguridad, y cambios abruptos, en un proceso donde tuvimos que aprender esto: una sociedad que está relativamente bien y baja abruptamente, sufre mucho más que las sociedades que están acostumbradas a estar sumergidas.

Eso produjo una serie de cambios en la conducta de los gobiernos y en las respuestas sociales. Hasta ahí teníamos tres o cuatro centrales de trabajadores que se fueron concentrando en una única central. Y en aquella época en América Latina, porque era el tiempo de la Guerra Fría, menudeaban los golpes de Estado por todas partes. Nuestra juventud estaba empapada y estaba convencida que con esa involución íbamos a un golpe de Estado. No sabíamos cuándo. A tal punto que, fundada la central de trabajadores, la CNT, se educaba a los trabajadores que al golpe de Estado se le contestaba con una huelga general. Y ahí va a surgir una gran discrepancia entre nosotros. Sabíamos que la huelga general podía ser un arma formidable, pero que para parar un golpe de Estado había que hacerla desembocar en una insurrección. Esto dividió las aguas y algunos fuimos a una preparación militar, pero es imposible sostener una preparación militar de volumen clandestinamente, por lo que entramos en un proceso difícil y duro, que entró a cuestionar a su vez la metodología y la forma de nuestra democracia, que cada vez se hacía crecientemente autoritaria.

RFI: Justamente, en los años 60 surge el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una guerrilla urbana que busca responder a esa crisis y derrotar el imperialismo. Usted fue tupamaro. ¿Qué tipo de acciones llevó a cabo? Y retrospectivamente, ¿era justificada la violencia?

José Mujica: En realidad, los tupamaros no fueron una guerrilla, aunque usaron prácticas de la guerrilla. Esto sería muy largo de explicar. Hay un autor, Real de Azúa, de la época, que lo define claramente. La acción más espectacular nuestra fue una denuncia financiera de lo que estaba haciendo el sistema financiero, que no costó ningún tiro ni nada por el estilo, sino que un asalto a una financiera clandestina de un banco, por ejemplo. Tuvimos una larga etapa de propaganda armada, pero después se fue complicando porque teníamos demasiada gente. No se puede tener una organización clandestina de demasiado volumen. Cometimos el error de la saturación. Debimos de haber cambiado de estrategia y no lo hicimos. Tal vez quedamos prisioneros de un "accionismo" militar y perdimos nuestra perspectiva política. Pero bueno, con tupamaros o sin tupamaros, habría habido golpe de Estado, porque el motor que creó a los tupamaros fue el mismo que creó la central de trabajadores como respuesta, y que va a desembocar en la fundación del Frente Amplio. Es decir, nuestra sociedad dejó de ser socialdemócrata y se fue polarizando entre una corriente popular y una derecha, con ciertas intervenciones de afuera de la región. No nos olvidemos que en un país tan importante como Brasil para nosotros, hacía rato que cundía un régimen militar en el gobierno y que pasaban cosas parecidas en el resto de América Latina.

RFI: Tras el golpe de Estado del 27 de junio de 1973, el régimen se pone más duro, los opositores son detenidos, torturados, los sindicatos y los partidos son silenciados. Pero a diferencia de las otras dictaduras de la región, la uruguaya quiere convencer de su legalidad. El Ejército designa a presidentes civiles y tiene un discurso de falso apego a la democracia. ¿A qué se debe esta particularidad de Uruguay?

José Mujica: Justamente acá influye la historia. Si se compara la violencia del Uruguay con el resto de lo que pasó en otras partes, diríamos: es poco significativa, porque en el Uruguay la vida humana costaba mucho del punto de vista político. Había mucha sensibilidad por nuestra historia, por nuestro modo de ser, por la cultura. No hay que olvidarse que nosotros en la década del 20, del 30, teníamos un PBI similar a lo que puede ser Bélgica, que los consejos de salarios para nosotros son de la década del 40, que tuvimos gobernantes que decían en 1910 que “el sindicato es el abogado de los pobres”, que tuvimos un país que le dio el voto a la mujer muy temprano, que estableció el divorcio por la voluntad de la mujer en 1912, que separó la Iglesia del Estado, que tenía la enseñanza gratuita desde 100 y pico de años, que se dio cuenta que el Estado tenía que cumplir un papel fundacional en un montón de aspectos... Eso no lo hicimos, lo heredamos de nuestros abuelos. Hay cosas que hasta hoy se mantienen, como ésta: la energía pública está en manos de una empresa pública, el combustible de la energía eléctrica está en manos de una empresa pública que se fundó en esa época, etcétera, etcétera. Bueno, es un país raro. Los principales bancos son del Estado. Ese país amortiguador se encontró con otra realidad abruptamente y sufrió enormemente.

RFI: Señor Mujica, durante todos estos años de la dictadura usted estaba preso y formó parte de los llamados “rehenes de la dictadura”, retenidos bajo amenaza de ser ejecutados si los Tupamaros cometían alguna acción. ¿En qué condiciones los tenían presos?

José Mujica: Nos cambiaban de cuartel cada seis, siete meses. Yo estuve siete años sin libros, sin poder leer. Los primeros meses de esa prisión los pasé atado con alambre. La noche que me ponían un colchón para dormir, me sentía contento. A veces pasé dos meses sin bañarme. Me bañaba con un vaso de agua y un trapito como la gente del desierto. Y en absoluta soledad, con alguna visita de mis familiares una vez por mes, de mi madre particularmente. Y a veces 10, 15 días sin una hora de patio, ni sol, ni nada por el estilo. Fue duro, pero a su vez, para mantenerme vivo tuve que entrar a rumiar lo mucho que había leído de joven y creo que no sería quien soy si no hubiera buceado tan adentro, en esas fuerzas ocultas que llevamos adentro y que no utilizamos. Curiosamente, visto en perspectiva, fueron los años donde aprendí más, en la soledad, porque entré a repensar lo mucho que había leído en mi temprana juventud y que seguramente no había asimilado. Y aprendí esto: no dejarse dominar por el odio y el fanatismo, y entender que hay cuentas que no se cobran y que hay que vivir para adelante.

RFI: Con otras dictaduras de la región. Uruguay formó parte del Plan Cóndor, un programa común de exterminio de opositores. ¿Diría usted que Uruguay fue una pieza clave de esta operación?

José Mujica: Fue una pieza que participó. En realidad, el nudo ideológico del Cóndor venía con los cursos que daban, en Panamá, a los militares y a la policía. Acá se menudeó en la tortura, se enseñó a dar respuesta, se estaba sembrando la simiente del Estado terrorista. Eso fue una disciplina en el marco de la Guerra Fría, que se difundió hacia las policías latinoamericanas y a la oficialidad de los ejércitos. El Cóndor es un producto intelectual de creación de afuera que fue implantado, asumido, de lucha clandestina del Estado, de cosas que legalmente no se podían hacer y que se hicieron en la Argentina, en el Uruguay, en Brasil, en Paraguay, en Chile, con una comunicación particular y con una colaboración clandestina entre esos resortes, para perseguir gente, para hacer trabajo de infiltración, para torturar, para asesinar, que costó la vida a insignes compatriotas, legisladores del Partido Nacional y del Partido Colorado [Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini, nota del editor] y la persecución a muchos otros.

RFI: Tras la vuelta de la democracia en 1985, en 1986 el Parlamento vota la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, con la que se sella la impunidad de la dictadura. En 2009, el mismo día en que usted sale victorioso de la primera vuelta de las elecciones, el pueblo rechaza por referendo dejar sin efecto esta ley. ¿Cómo vivió usted este momento, una paradoja?

José Mujica:Había miedo en la sociedad por lo que vivió en la dictadura. No es que la sociedad olvidara, es que la sociedad no quería repetir. Había muchísima gente que tenía miedo, y es lógico, humanamente, hay que entenderlo. La gente mira para adelante, y el pasado, el pasado amargo, trata de sepultarlo. Desde luego, sabemos que jurídicamente, internacionalmente, hay delitos que no desaparecen nunca. Pero esa es una explicación jurídica, con mucho fundamento moral. No es el sentir de las sociedades. Las sociedades a veces no quieren ni recordar las amarguras que pasaron. Tienen miedo.

RFI: Justamente, tras años de inmovilismo en materia de derechos humanos y de justicia, en 2005, con Tabaré Vázquez, se empieza a buscar a los desaparecidos. En 2010, Bordaberry es sentenciado a 30 años de prisión. En 2012, usted reconoce la responsabilidad del Estado por crímenes de la dictadura. ¿Han sido suficientes los avances en materia de justicia?

José Mujica: No, es una mancha en nuestra democracia. Digo más: cuando pasan los años, cuando van desapareciendo los actores, la justicia es casi una reminiscencia histórica. Pero es incalificable que no hayamos podido encontrar los huesos de la gente desaparecida. Y no tuvimos la colaboración, por lo menos en eso, no para que asumieran la responsabilidad, sino para saber dónde estaban sepultados. Y tuvimos que andar haciendo acertijos porque la oficialidad superior de esa época no colaboró en lo más mínimo. Ni siquiera tuvo la delicadeza de utilizar mecanismos que podría haber utilizado, de comunicar dónde estaban sin asumir la responsabilidad. Ni eso. Por eso he dicho que me sentí frente a los desaparecidos como un palo vestido. Porque fue poco lo que pudimos hacer. La única colaboración vino por algún decir de algunos soldados rasos o algunos familiares. Pero jamás hubo una actitud de los oficiales superiores que naturalmente tenían que tener información que no volcaron.

RFI: Usted ha dicho varias veces que prefiere la verdad sobre la justicia.

José Mujica: Porque la verdad es la justicia. Porque cuando la gente se muere y se va, ¿para qué me sirve tener a ancianos presos, si es que algunos quedan? Tiene poco sentido. Pero es tiempo de cerrar el duelo. Es tiempo para los familiares que se están yendo y que quedan, que se puedan juntar con las reliquias de sus antepasados. Porque esto es una cuestión de sentimiento. Y hoy tenemos una marcha y un recuerdo, que es la manifestación más grande que hay anualmente en el Uruguay [la Marcha del Silencio, cada 20 de mayo, nota del editor], pero ya está compuesta por gente joven y es fundamentalmente una reeducación hacia las nuevas generaciones. Para dejar claro que nunca más, que hay cosas que no deben suceder. Pero como el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra es el humano, hay que insistir con esto, para que las nuevas generaciones que no lo vivieron tengan con claridad las consecuencias. Es lo mismo que hace el pueblo judío recordando sus cosas, lo mismo que hacen los armenios, recordando sus angustias. Los pueblos necesitan mantener ciertas cosas para tener despiertos sus deberes.

RFI: Hablando de las nuevas generaciones, en Chile, la movilización de la juventud logró dar un impulso democrático al país, aunque fue de corta duración y acabó hace poco con una nueva victoria de la extrema derecha. ¿Qué piensa usted de la juventud uruguaya? ¿Qué esperanzas tiene para el futuro de Uruguay?

José Mujica: Estoy metido en una lucha porque soy consciente que estamos en una época fenomenal de cambio, una época de un tiempo que se muere y otro que nace, pero ni está muerto el tiempo antiguo, ni terminó de nacer el tiempo nuevo. Y por eso [la juventud] es tan crítica, tan llena de promesas y tan flanqueada por problemas de dimensiones colosales, como el cambio climático, como las tendencias migratorias sin respuesta. Cosas que no reconocen fronteras, porque ya no somos un conjunto de tribus peleando por su territorio, sino que somos una humanidad de 8 mil millones que se ha transformado en un fenómeno geológico. Pero el éxito y el crecimiento de la economía no tiene piedad, y va más allá de lo posible, y despilfarra. Y tenemos contradicciones que son colosales. Habrá cambios hacia el futuro, pero van a doler mucho. Y quiero que la juventud se haga cargo de su tiempo.

Acá en nuestra América, tenemos que darnos cuenta de que pertenecemos a una comunidad y de que tenemos que unirnos cada vez más para defendernos en un mundo incierto. No pesamos en el mundo. Somos el 6%, 7% de la población mundial y pusimos el 30% de los muertos del COVID. Y aunque tenemos cinco países que estaban en condiciones de fabricar vacunas, no pudimos arrancar a las compañías sus patentes, sus secretos, porque no nos manifestamos como continente y fue más fuerte la economía que la vida. Y eso no puede ser. Tenemos que darnos cuenta que tenemos que pesar en este mundo, y tenemos que juntarnos mucho más como comunidad, desde el Río Bravo a al Estrecho de Magallanes. Y sin embargo andamos cada cual por su lado y no pesamos en el mundo. Y ahora vienen por el litio y van a quedar otra vez los agujeros…

Tenemos que juntarnos más, y quiero transmitirle eso a los jóvenes antes de morirme. Estoy luchando por eso. El 26 tengo una conferencia que se va a retransmitir a 40 y pico de universidades de América Latina, pidiéndole a los jóvenes que por favor hagan políticas de integración. Que tenemos que tener fuerza para defender la Amazonía, de la cual dependemos, pero atomizados no incidimos. Que tenemos muchísimos recursos: somos el 28% de las tierras arables del mundo, el 30% del agua dulce del mundo. Tenemos muchísimos recursos. Tenemos comida y esperanza. Y bueno, que las nuevas generaciones no tienen que cometer los errores de las viejas. Tienen que tener el coraje de cometer sus propios errores. Confío en los jóvenes. Si no confiara en los jóvenes, no tendría esperanza.

RFI: Una última pregunta, señor presidente. Este aniversario clave llega con una coalición de derechas en el poder y con un presidente que preferiría dar vuelta la página. ¿Cómo se van a conmemorar los 50 años en Uruguay?

José Mujica: Bueno, el presidente me invitó. Va a haber muchas cosas, pero va a haber una pequeña intervención entre los viejos presidentes que quedamos vivos y el actual, para demostrarle al país que seguimos teniendo nuestra forma de pensar y nuestras diferencias. Algunas de las diferencias podemos discutirlas una semana y no nos vamos a entender, pero a pesar de todo, tenemos que respetarnos y simbolizar ese respeto para aprender a convivir en una sociedad democrática. La democracia tiene muchísimos defectos. El mayor defecto, las enormes desigualdades que se cobijan. Pero hasta ahora no hemos encontrado un sistema mejor, y entonces lo tenemos que defender y pelear para mejorarlo.

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